24 Ene INTELIGENCIA EMOCIONAL
LA IMPORTANCIA DE ESCUCHAR Y ENTENDER NUESTRAS EMOCIONES ( la inteligencia emocional)
¿Qué es una emoción? ¿Qué emociones existen? ¿Para qué sirven las emociones? ¿Por qué me siento mal al tener una emoción concreta? ¿Hay emociones buenas y malas? ¿Qué me pasa cuando siento una emoción determinada?
Puede que nunca nos hayamos parado a pensar sobre este tipo de preguntas. A lo largo de nuestra vida, hemos recibido información acerca de literatura, historia, matemáticas, física… pero muy poca sobre cómo funciona nuestro mundo interior.
Estos últimos años está habiendo un crecimiento en el interés de estos temas y, concretamente, de la salud mental. Desde las escuelas se está fomentando la psicoeducación y la sociedad normaliza, cada vez más, acudir a recursos psicológicos. Esto permite que, poco a poco, tengamos más conocimiento sobre nuestros procesos internos y dispongamos de herramientas que nos ayuden a gestionar mejor las adversidades.
Y, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de procesos internos? Este concepto engloba una gran variedad de aspectos que están relacionados entre sí como son los pensamientos, las sensaciones físicas o las emociones. Hoy nos centraremos en las EMOCIONES y la INTELIGENCIA EMOCIONAL.
Si atendemos al concepto de emoción vamos a encontrar una gran variedad de definiciones, pero todas tienen en común de que se trata de un estado complejo del organismo, una experiencia psicológica interna como respuesta a un evento y acompañada de unas sensaciones físicas.
Vale, entonces ¿una emoción es algo que se produce dentro de mí y se manifiesta en mi cuerpo? Bueno, más o menos. De hecho, una manifestación clara de nuestras emociones es la expresión facial.
Pero va mucho más allá… ¿alguna vez te has fijado cómo está tu cuerpo cuando estás enfadado? O incluso ¿qué te dices a ti misma cuando estás triste? O ¿cómo actúas ante una situación que te produce miedo? Estas reacciones se producen a partir de una emoción (y viceversa) y tienen su función en nuestro día a día.
Todos los seres humanos nacemos con emociones, éstas son innatas y universales, no están en nuestro “ADN” por casualidad, sino que tienen sus funciones, concretamente tres:
- Función adaptativa. Imagínate que las emociones no fuesen innatas y las tuviéramos que aprender para introducirlas a nuestro repertorio básico de funcionamiento. Imagínate que nuestros antepasados, cuando vivían en cavernas, no hubieran tenido miedo del león y no se hubiesen defendido o huido de este. ¡NO estaríamos aquí! Las emociones nos han permitido sobrevivir.
- Función social. Imagínate que al llorar no tuviésemos el consuelo de nuestros seres queridos o que al reírnos nadie reaccionara ante ello. Nos resultaría muy difícil relacionarnos con los demás sin saber cómo se sienten, ¿no? La capacidad de reconocer las emociones nos permite vincularnos con los demás.
- Función motivacional. Si analizamos la raíz etimológica de la palabra emoción, sabremos que procede del latín y significa “impulso” o “movimiento” para la acción. Por lo tanto, experimentar una emoción nos permite realizar una acción. En otras palabras, la emoción nos pone en acción.
Vaya, pues sí que tienen su importancia, ¿no?
Entonces, recapitulando un poco: ¿una emoción es cualquier cosa que siento dentro de mí y se expresa en mi cuerpo para poder sobrevivir, relacionarme con los demás y poder actuar? A ver… claro… cualquier cosa que sintamos no es exactamente una emoción como tal, de hecho, se reconocen 5 emociones básicas (miedo, alegría, tristeza, ira y asco) a partir de las cuales surgen las demás.
Es decir, hablamos de las emociones básicas o primarias y las emociones secundarias, que son consecuencia de lsd primarias.
¡¿Qué?!
Vale, esto puede ser un poco lioso, así que vamos a explicarlo a partir de algunos ejemplos:
- Cuando salen las notas de un examen y vemos que hemos aprobado, esto nos produce alegría (emoción primaria), la cual puede convertirse en orgullo (emoción secundaria).
- Cuando vamos a comer y vemos que la comida no tiene muy buen estado, esto nos produce asco (emoción primaria), lo que puede derivar a aversión (emoción secundaria).
- Cuando fallece una persona cercana nos produce tristeza (emoción primaria), cosa que puede derivar a estados de melancolía (emoción secundaria).
- Cuando vamos a cruzar un paso de peatones y un coche nos pita de repente, nos puede producir miedo (emoción primaria), lo que puede convertirse en vergüenza si hay gente que lo ha visto (emoción secundaria).
- Cuando alguien nos agrede de forma verbal podemos sentir ira (emoción primaria), la cual cosa puede convertirse en rencor (emoción secundaria)
¿Cómo lo ves ahora? ¿Te sientes identificado/a en alguno de estos ejemplos? ¿Crees que tiene sentido sentirse así en estas situaciones? o ¿hay algunas emociones que no debemos sentir? Pues a esta última pregunta hay respuesta: no existen emociones ni buenas ni malas, todas son necesarias para nuestro día a día, cumplen sus tres funciones (adaptación, motivación y social), aunque nos puedan resultar más o menos agradables.
Todas las emociones nos dan mucha información sobre el entorno interno y externo y poder reconocerlas, comprenderlas y regularlas se convierte en una herramienta de gestión emocional.
Parte de este conocimiento sobre las emociones, se puede englobar bajo un término que, en psicología, lo denominamos inteligencia emocional, ¿te suena?
La inteligencia emocional está siendo estudiada en el ámbito de la psicología desde los años 90 tras ver que el éxito de las personas no solo se ve condicionado por su cociente intelectual, sino que hay otros aspectos que predicen dicho éxito, como la capacidad para relacionarnos con los demás y con nosotros mismos. Dicha capacidad forma parte de la inteligencia emocional.
Entonces, ¿qué engloba la inteligencia emocional?
Mayer y Salovey son los pioneros en su estudio y la definieron como «la habilidad de percibir con exactitud; valorar y expresar emociones; la habilidad de acceder o generar sentimientos que faciliten el pensamiento; la habilidad de comprensión emocional y conocimiento emocional, y la habilidad de regular emociones para promover el crecimiento intelectual y emocional».
¿Te sientes identificado con alguna de estas habilidades? Lo bueno de ello es que, al igual que otras cualidades e inteligencias, esto se puede aprender. ¿Qué me dices, te gustaría potenciar esta parte de ti?
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– Marisa Ciscar Gea –